Ella es mi cita perfecta. La primera vez que la vi me intimidó con sus ojos y noté como mis piernas flaqueaban. Le devolví la sonrisa y me escondí en el caparazón de pensar que ella jamás sería mía, ni tan solo por una noche.
Cuando volví a verla ni siquiera la miré. Sentía la rabia dentro de mí por hacer, una vez más, lo contrario a lo que el corazón me pedía a gritos. ¿Que la deseaba? Pues no la miraba. ¿Qué me moría por ver como su lengua humedecía sus labios? Pues a penas intentaba disimular mi total indiferencia.
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