jueves, 20 de septiembre de 2007

Vivir más y mejor

¿Qué harías si supieras el tiempo exacto que te queda por vivir? Con esta pregunta me pongo en pie muchas mañanas dispuesta a comerme el mundo, pero después de desayunar me siento tan satisfecha que ese deseo se queda para la siguiente mañana que me asalte el apetito.

Quizá si supieras los días que te quedan por vivir harías todo lo que hasta ahora no has hecho. O quizá te sentarías a esperar. Puede que, por primera vez en años, te sentaras en la terraza para mirar más allá de las malas hierbas y ver un horizonte claro e inspirador. O talvez decidieras pasar más tiempo en casa y menos en el trabajo. Yo creo que deberíamos apostar, simplemente, por sobrevivir menos y vivir más.

Por eso desearía no saber cuánto tiempo me queda, y limitarme a vivir cada segundo como si realmente fuera el último. Eliminaría de mi vocabulario frases como 'algún día' y 'quizá en otro momento' por otras como 'hoy mismo' y 'ahora'. Diría a quienes me importan, lo mucho que les quiero. Aceptaría las críticas sin rencor, y los halagos sin desconfianza. Saldría a pasear sin tener que maquillar los defectos del interior perfeccionando el exterior. Escucharía más y oiría menos. Bromearía más y me enojaría menos. Me quitaría todo el rencor de encima para vivir en tranquilidad. Reiría más y lloraría menos. Pero, sobretodo, reflexionaría. Me tumbaría en la arena a dejar que el sol aclarara mis pensamientos. Me dedicaría a pensar más y olvidar menos. A aprender de mis errores y a saborear los momentos de satisfacción que parecen ahora insuficientes. Sin duda, y por encima de todo, me dedicaría a vivir más y mejor. Cosa que, lamentablemente, nos hemos olvidado de hacer. Y es que precisamente, en uno de esos momentos de reflexión perdidos en tiempo muerto, recordé algo que tiempo atrás fue capaz de abrirme los ojos. Fue ésto:

Tenemos edificios más altos pero temperamentos cortos, autopistas más anchas pero puntos de vista más estrechos. Gastamos más pero tenemos menos, compramos más pero disfrutamos menos. Tenemos casas más grandes pero familias más pequeñas. Más compromisos pero menos tiempo. Tenemos más títulos pero menos sentido común, más conocimiento pero menos criterio, más expertos pero más problemas, más medicinas y menos salud. Hemos multiplicado nuestras posesiones, pero hemos reducido nuestros valores. Hablamos mucho, amamos poco, odiamos demasiado… Aprendimos a amar una vida pero no a vivirla plenamente. Hemos llegado a la luna y regresado pero tenemos problemas a la hora de cruzar la calle y conocer a nuestro vecino… Hemos conquistado el espacio exterior pero no el interior, limpiamos el aire pero polucionamos nuestras almas. Tenemos mayores ingresos pero menos moral, hemos aumentado la cantidad pero no la calidad. Estos son tiempos de personas más altas con caracteres más débiles, con más libertad pero menos alegría, con más comida pero menos nutrición. Son días en los que llegan dos sueldos a casa pero aumentan los divorcios. Son tiempos de casas más lindas pero hogares rotos, un tiempo con demasiado en la vidriera y poco de puertas adentro.

El problema, talvez, está precisamente en que no sabemos cuánto nos queda. Y, por tanto, cualquier excusa nos sirve para postergar cualquier plan, sueño o deseo pendiente. Siempre hay un mañana que se encarga de atrasar nuestros sueños para darnos la tranquilidad y seguridad de que algún día tenemos pendiente realizarlos. Pero muchas veces nuestros sueños se quedan en asuntos pendientes, y aplazamos el vivir para cuando sobrevivir se haga pesado y aburrido. Pero el momento preciso para cambiar nuestra vida de registro y dedicarla a nosotros mismos no llega por si solo. El futuro nos da la tranquilidad e inmortalidad que necesitamos para dejar que el tiempo vaya avanzando sin agobiarnos. Siempre hay un futuro simple que se encarga de decir por nosotros que, al fin y al cabo, haremos lo que nos apetezca. Pero el cuándo es algo que dejamos para cuando tengamos tiempo. Para cuando sea más fácil. Para cuando seamos más grandes. Y más fuertes. Más expertos. Más listos. Para cuando tengamos más amigos. Para cuando amemos. Para cuando sonriamos más y nos enfademos menos. Para cuando pretendamos creer en el interior sin mirar las apariencias. Dejamos nuestros planes para cuando el poder de una sonrisa tenga tanta fuerza que nos sea imposible aplazarlos. Los dejamos para cuando la justicia sea justa, y la guerra no se haga para conseguir una paz ficticia. Dejamos los sueños para luego. Y luego, es tarde. Tanto, que tenemos que pasar el resto de nuestra vida soñando que hubo un día, hace ya algún tiempo, en que pudimos hacer algo por ser felices.

Así que, la próxima vez que me asalte la duda matinal, tengo claro lo que haré: vivir el presente para conseguir los sueños con los que un día aprendí a crecer.

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