lunes, 1 de enero de 2007

Extrañezas

Me he despertado nerviosa. En el fondo no quería verla, pero ciertas acciones ajenas a mi voluntad me obligaban a hacerlo.

Una vez en la puerta respiré hondo, tragué saliva, suspiré, y deseé no sentir nada al encontrarme con ella. Toqué el timbre. La puerta se abrió, y en lugar de seguir al frente, miré en la sala que queda a la derecha. Lo hice con la intención de no encontrar nada interesante. Pero estaba ella. Nuestros ojos se encontraron y tanto sus labios como los míos se ensancharon hasta el punto de formar una sonrisa. Miré sus ojos y me castigué por lo que sentía. Aún así le devolví la sonrisa, que no duró más de tres segundos. Eternos, eso sí. Le saqué la lengua, me guiñó el ojo, y fui a lo que iba.

En la sala de espera, estuve pensando a doscientos por hora. Cuando despejaba alguna duda de mi mente, venían otras de nuevas, pero con una frecuencia que multiplicaba por diez la normal.

No quería sentir nada al verla, pero el corazón se me aceleró, sentí un gran peso en el pecho, y a penas podía estarme quieta más de 5 segundos seguidos. Me levanté a por agua, hojeé tres revistas y me conté las pulsaciones. Perdí la cuenta.

Entró alguien con una bata azul. Era otra dentista. Preguntó por mí y apenas me inmuté. Una mujer sentada a mi lado se había confundido de día y hora. Estaba convencida de que le tocaba a las 11, con mi dentista… Y esa hora la tenía yo.

Pensé que sería una señal, que talvez ella la dejara pasar antes que a mí, ya que era solo revisión. “Me tocará otra dentista”, deduje. Allí hay 5 ó 6. Intenté excusarme en qué talvez era mejor así, que me visitara otra dentista y así las pulsaciones reducirían su ritmo… Me quedé tranquila.

Pero la chica de la bata azul volvió y se dirigió de nuevo a la mujer, que no sólo tenía el mismo nombre que yo, sino que además me quería robar la hora y la doctora ¬¬’. Esto último me daba igual, quería que me diese igual.

Puse el oído y agudicé cuanto pude. “Es que la doctora primero tiene a otra paciente… Si no le importa que la atienda otra, o se espera hasta el final”. Y ambas me miraron. Yo seguí con los ojos clavados en la tercera revista.

Joderrrr… ¿Yo? ¿Por qué?… Deseaba verla, pero el hecho de no tener que pasar por ese trago me tranquilizaba. Y ahora ella, después del cruce de miradas, tendría que volver a ocupar parte de mi tiempo.

Estoy acostumbrada a ir al dentista… Pero tengo a tres de distintas: cada una para una cosa. Y en fin, me tocaba empaste. Una caries minúscula que dudo que pudiera haber salido después de cepillarme los dientes cuatro veces al día ¬¬’.

No hay dentistas simpátic@s. Son fríos, como mucho hacen que te sientas a gusto, lo cual al menos a mí me da a entender que forma parte de ese miedo generalizado que la gente suele tenerles. Yo suelo entrar, me siento, “hola, ¿qué tal?”, contesto a las breves preguntas con un monosílabo, cierro los ojos hasta que terminen, y hasta la próxima. Pero esta vez me tocaba ella. Con ella hay un feeling especial, eso sí lo puedo decir. Lo demás, puede que sean sólo especulaciones que se forman en mi mente. Pero notas cuando hay feeling con alguien.

Hacía seis meses que no coincidía con ella. Tenía la esperanza que al verla ya no sintiera ese nudo en el estómago, esa presión en la garganta, y esos temblores en la voz. No sé porque me está ocurriendo esto, pero es una sensación angustiosa. En fin. Me llamaron, dejé las revistas sin haber leído apenas una frase, y entré. Entonces la vi.

-Hola guapa (sonrisa monumental)

- Holaaa (sonrisa preocupada por el miedo a que se me notara cualquier cosa)

- ¿Qué tal todo? (Noté que tras esa frase se escondía algo más. Me quedé con una sensación extraña).

- Muy bien… Al menos no me puedo quejar. (Yo, tan acertada como siempre).

- (sonrisa) ¿Y la carrera? (después de un año, me sorprendió que lo recordara… A penas nos habíamos visto y hablado)

- Bueno, me queda una asignatura. Pero ahora quiero estudiar, además, criminología.

- Genial, ¿no?

- Bueno… Lo descubrí hace un par de días, así que imagínate…

- Pero está muy bien. (Me guiñó un ojo, y su ayudante estaba desde el principio en un segundo plano, como las demás veces. Son amigas de la infancia. Me lo contó ella un día).

Hasta ahí, eso es parte de las primeras ocho frases que rompieron el hielo. Aunque en realidad, no había hielo que romper. Lo notaba. No éramos como dos extrañas. Más bien todo lo contrario. Como si tanto su disfraz como el suyo fueran un intento por ocultar lo que unos ojos sí saben transmitir.

No quiero tener nada con nadie, porque yo ya estoy enamorada. Es más, estoy feliz con la vida que llevo. Pero no sé porque tiene que pasarme eso con ella. No lo entiendo. Si yo no quiero… Hoy, por mucho que sintiera en mi interior, intenté sobrellevarlo. Me entró la duda de si sería capaz de fijarse en mí, e intenté auto convencerme de que no era así, ya que eso me dejaba mucho más tranquila. Pero el lenguaje corporal a veces contradice a las palabras. El problema es que no sé si sé interpretarlo. ¿Será hetero?, ¿será bisexual? ¿Lesbiana? ¡Odiosos etiquetajes…!

Abrí la boca, cerré los ojos, y dejé que hiciera lo que tenía que hacer. No sé porque, pero esta vez la anestesia no hizo efecto. Pero no me dolió. Y cuando más perdida estaba entre mis distracciones por tal de no pensar en ella, noté que su dedo acariciaba mi lengua. “- ¿Está dormida?, dijo con una sonrisa picarona”. “No”, le contesté con la misma sonrisa. Al rato, su dedo colocaba bien mi piercing del labio. O eso creo. Abrí los ojos y encontré los suyos a menos de medio metro de mí, cuando me miró sonriendo. Cuando su mirada coincidió con la mía, cerré los ojos rápidamente y quise olvidarme de ella de nuevo. Pero tenía sus labios en mi mente, y esos ojos marrón intenso que cortaban mi respiración. Me acarició el brazo y me dijo “¿Estás bien guapa?” y yo “sí…”, y pensé en lo estúpida que era por pensar que podría sentir algo por mí.

La notaba cerca. Su cuerpo, su respiración… Y me acordé de aquel beso que me pidió y no le di, de aquel abrazo que, sin venir a cuentas, me insinuó. Recordé cuando apreté mi cuerpo junto al suyo. Cuando nos quedamos unos segundos eternos mirándonos mientras una sonrisa salía a relucir. Recordé cuando se acercaba a la puerta para, antes de cerrarla, mirarnos y sonreírnos más con la mirada que con los labios. Recordé esas preguntas, ese interés, esa vez que acudí con una amiga y le hice partícipe de lo que me ocurría. Recordé lo extraño que está siendo todo. Y entonces tragué saliva, y cuando ya había terminado todo dije “ya nos veremos”. Cogí y me fui.

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