Son cerca de las 2, y mis ojos empiezan a cerrarse lentamente esperando un nuevo encuentro. Parpadeo, pero hay algo en mí que se resiste a dejar terminar otro día más. Abro los ojos, miro a ningún lugar de la negra noche, agarro fuerte la almohada y dejo que el sueño me venza.
Resulta curioso, pero vivo pensando en la noche; en el momento en que mis párpados cedan ante las estrellas y me permitan encontrarte de nuevo en el paraíso que tenemos pactado sin ni siquiera habernos puesto de acuerdo.
Siempre apareces a la misma hora, elegante, bajo un cielo perfecto, tiendes tu mano y te presto la mía. Un solo segundo basta para que consigas arrancarme una sonrisa -que segura estoy que realmente aparece en mis labios-. Solo una sola mirada tuya, un solo roce, un tímido amago de sonrisa me sirve para que desee encontrarme de nuevo con la noche bajo mis pies, para pasearme por mis sueños y verte en ellos. Como si fueras una princesa, cierro el cuento de la libertad que poseo cuando estoy dormida, y pongo el punto al libro, para que en nuestro siguiente encuentro sigamos donde lo dejamos.
No echo nada de menos. Sé que no te tengo, pero al menos cada noche me acuesto feliz pensando que puede ser la definitiva. Que en esta ocasión me beses, y sienta la dulzura de tus labios sobre los míos. Me encanta esta exhibición a cuenta gotas, esos coqueteos eternos que dejarían de ser especiales si se apresuraran a pasar a algo más. Me enloquecen tus miradas fugitivas, tus intentos por no hacer nada mientras lo dices todo con una sonrisa.
Y llegado a este extremo, que ya hasta en pleno día dejo pasar las horas pensando en ti para soñarte cuando caiga la oscuridad, me permito decirte: hasta la noche, princesa. Te veré en mis sueños. No me hagas esperar. Yo, prometo ser puntual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario