lunes, 1 de enero de 2007

ACARICIANDO SUS DESEOS

No puedo dejar de mirarla. Es aún más preciosa de lo que recordaba. La invito a tomar la última copa en mi casa y aprovecho para desearla todavía más. Vuelvo a clavar mi vista en su belleza y antes de quitarle la ropa la desnudo con la mirada.

Miro como sus labios absorben la última gota que queda del cóctel que te preparé y me quedo mirándola. Esta noche está radiante, y no soy capaz de posponer mis más íntimos deseos ni un minuto más. Noto en su mirada que me desea, y mis ojos hablan por si solos.

Penetro en sus pupilas, y a ella apenas la oigo respirar. Acerco lentamente mis labios a los suyos y, con mi mano rozando levemente su mejilla, la beso. En ese instante no hay nada más. Ella, yo, y el deseo que por fin ha superado el temor a cualquier consecuencia. Noto su lengua entrelazada a la mía, y sus dulces labios cada vez me acercan más al paraíso. La cojo por la cintura y la tumbo sobre el sofá. Mis manos se encargan del resto.

Le quito el jersey mientras ella desabrocha los botones de mi recién estrenada camisa. Le quito el sujetador a la vez que mi boca intenta calmar las ansias por tocar la suya. Le quito los pantalones con una rapidez eclipsada por el deseo de hacerla mía, mientras ella hace que mis tejanos se desplomen a ras del suelo en cuestión de segundos. Acaricio cada uno de los rincones de su piel, y con mi boca voy surcando por sus secretos más íntimos. Le beso el cuello, los pechos, y me detengo en su ombligo. Ella pasa la yema de sus dedos por mi espalda, y las desliza por donde ésta pierde su nombre. Coge mi trasero con fuerza y me aprieta contra ella. El cóctel de antes no tiene nada que ver con lo que se desata ahora.

Me pierdo en sus secretos y me descubro ante ella. Le hago el amor como nunca antes lo he hecho. Me entrego a su destino y dejamos de ser dos para convertirnos en una esta noche. No hay momento para terminar con el vaivén de sensaciones que se han apoderado de nuestros cuerpos desnudos ardientes de pasión. Rozo cada centímetro de mi piel con la suya. Hago que mi boca forme parte de cada uno de los suspiros de placer que denota su respiración. Mi lengua se torna partícipe de cada intento suyo por rozar el cielo.

Después de ver como el tiempo ha pasado más rápido de lo normal, y una vez relajadas las dos, subo a la altura de sus ojos y la beso con ternura. Nos abrazamos y, desnudas, deseamos que se pare el tiempo y no amanezca. Pero la luz del alba nos separa. Y tras esos ojos llenos de felicidad noto un corazón que empieza a latir más fuerte de lo normal.

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