lunes, 1 de enero de 2007

SÓLO SEXO

Ese día estaba distinta. La vi más atractiva. Tenía una sonrisa radiante. Y sus ojos transmitían algo que hasta ese momento había pasado desapercibido. Entonces mis pensamientos se perdieron en terreno prohibido.

La imaginé desnuda, rozando mi piel con la suya, mezclándonos con el placer de descubrir nuestros cuerpos. La imaginé allí, de pie, con una pícara sonrisa que me invitaba a seguirle el juego. Y lo hice. Acaricié toda su desnudez y la abrigué con el calor que desprendía mi cuerpo. No se opuso. Tan solo cerró los ojos y dejó que yo eligiera por donde seguir.

Mi boca recorrió sus más íntimos secretos. Sus labios, su cuello, sus firmes pechos, su ombligo, sus muslos, y su secreto mejor guardado. Noté como se excitaba. Clavó sus uñas en mi espalda. Se aceleró su respiración... Y entonces dejé de tocarla. Abrió los ojos en busca de alguna explicación. No se la di. No con palabras. Rocé mi cuerpo con el suyo. Nos acariciamos mientras su respiración volvía a acelerarse. Y mis suspiros de placer se sumaron a los suyos. Acaricié de nuevo su piel con mi boca. Me detuve en lo bajo de su vientre. Su respiración cada vez era más rápida. Hasta que sus manos me apretaron fuerte, muy fuerte... y gimió de placer.

Me vestí, sonreí, salí del despacho como si nada hubiese ocurrido y me dirigí a mi sitio.

De repente reaccioné. Regresé al mundo real. Estaba justo donde pocos segundos antes me había dejado mi imaginación. Levanté la vista, y allí seguía ella: radiante, atractiva. Y el flash de mi subconsciente me recordaba lo que instantes antes había imaginado. La miré otra vez. Me sonrió y, con un gesto discreto, me insinuó que la siguiera.

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